La Selva, un ecosistema con regusto

Este gastrobar, que está emplazado a los pies de las torres gemelas de Cabo Llanos, brinda una carta fresca y frondosa con un punto de sencilla exquisitez

No se trata exactamente de un lugar exótico, ¿o sí? El hecho de que este local se llame Gastrobar La Selva invita, al menos de partida, a pensar en que, sentado a la mesa, uno puede disfrutar de una singular aventura y además hacerlo en sucesivas etapas.

Las cocinas viajeras, esas que se mueven con desparpajo de aquí para allá, cuentan con la particular habilidad para desde la fusión y el encuentro mostrar una panorámica abierta; eso sí, con mucho cuidado de no caer en los platos trending, es decir, aquellas fórmulas manidas, repetidas por todo el mundo mil y una veces que de tan usadas terminan por perder su esencia. Por eso, basta dejarse llevar por la sabiduría de Teresa, la profesional que guía la sala, para enfilar una ruta gustosa.

La carta de La Selva se presenta fresca y frondosa ya desde los aperitivos: una tabla con cuatro variedades de quesos de Zamora, acompañados por Aove, engrasa el paladar, que encuentra un punto de calidez tan solo en dos pasos, gracias a unas deliciosas conservas; primero, de anchoas del Cantábrico, bien escoltadas por tomates y aguacate, y a continuación con un rabil (atún de aleta amarilla) procedente de Lanzarote.

Lo atractivo a la vista también encierra un punto de sencilla exquisitez, como es el caso del tartar de salmón de la reconocida ahumadería de Uga, que descansa sobre una base de aguacate: un plato refrescante y ligero, muy adecuado para estos calores, como también lo es una ensaladilla de gambones confitados que Carmen se apresta a servir.

La segunda etapa de esta singular aventura se mueve por un terreno más denso: el de las carnes, los pescados y los arroces.

La pluma ibérica se sirve laminada con papas panaderas, escalivada y salsa de Oporto, perfecta para napar cualquier carne y gran potenciadora de sabores, e idéntica composición llevan el entrecot madurado y el codillo a baja cocciónel bacalao, rebozado; un rissoto de setas, trufa y queso curado; la trilogía de carpaccios (de pulpo a a la gallega, rape y cigalas, y de ternera con queso curado de oveja añejo) y los tallarines al wok. Lo dulce:crepes, brownie de chocolate, cheese cake y una brocheta de frutas con jarabe de guayaba.

Pero la experiencia en La Selva no termina con los postres ni el café. Además de los mañaneros brunchs, que llevan los nombres de Tarzán y Jane, al acercarse la caída del sol, la sensacional terraza de este gastrobar resulta perfecta para poner en práctica el tardeo –término ya aceptado por Fundéu–, que alude a salir de tapas o de copas por la tarde.

Con la inminente llegada del verano –si es que con esto del cambio climático ya no está instalado en las Islas– y en latitudes como la de Canarias, donde la gente acostumbra al terraceo, salir a tomar una caña y una tapa es recomendable mientras las temperaturas de 30º C o más a la sombra derriten hasta los cubitos de hielo.

El Diccionario de la Real Academia (RAE) recoge la forma verbal tardear que define como «detenerse más de la cuenta en hacer algo por mera complacencia, entretenimiento o recreo del espíritu». Pues bien, esta acepción le viene que ni pintada al gastrobar La Selva, que cuenta con una extensa propuesta de cócteles y combinados, arrullados por música en vivo, y vistas de cara al mar: un ecosistema con regusto.

 

 

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